El plan consistía en pasar unos días sin mucho de que preocuparnos, porque para eso son las vacaciones… ¿O estabamos de paro? Ya no recuerdo.
Punto de encuentro: Terminal de Pasajeros «Genaro Méndez».
Casi era mediodía cuando nos subimos al bus que va hasta Abejales, esta vez fuimos solo Jesús, Gabriel, Jimmy y yo. El viaje duró las dos horas estimadas, dos horas de chistes, música pachangosa y fotos semidormidos. Siempre hay algún personaje peculiar en los buses que hace de la carretera una historia, en este caso fue un señor al que le faltaba el cabello que a Jimmy le sobraba.
Recorrí esta carretera semanalmente durante mis primeros 11 años y aún así me pido la ventana en cada viaje, porque no me canso del paisaje, del cambio de montaña a llano; porque no importa cuantas veces vaya y venga, siempre habrá algo que destaque en el camino. [Micro-vídeo]
El bus nos dejó en Abejales, allí debíamos comprar lo que nos faltaba para completar «el mercado» de esos día, pero como era de esperarse no conseguimos todo lo que estábamos buscando, así que tomamos un taxi y nos fuimos al verdadero destino, Santa María de Caparo, un pueblito merideño también conocido como Guayanito, cuya atracción principal o razón de ser (según yo) es la Central Hidroeléctrica Fabricio Ojeda.
Al llegar al pueblo el calor era increíble, empezamos a caminar buscando bodegas para terminar de comprar la comida y paramos en una de las más conocidas del pueblo, donde nos llevamos la sorpresa de conseguir cervezas a Bs. 30, ¡TREINTA! Sabíamos que debíamos administrar bien el dinero pero una oportunidad así no se podía desperdiciar, y menos con el calor que estaba haciendo, ni pensarlo.
Por fin conseguimos la comida que nos faltaba para sobrevivir los 3 días (o eso creíamos, que ilusos) y nos fuimos a la casa. El resto del día consistió en «cocinar» y descansar.
Day 2: fun and rain.
No es que quedase muy lejos, pero una cola nunca cae mal. Por cierto, esto también es parte del Parque Nacional Tapo-Caparo.
Esa noche decidimos quedarnos un día más de lo previsto, total no había mucho que hacer de vuelta en la ciudad y aún no nos aburríamos de estar allí.
Día 3: El hambre y la risa no van de la mano.
No hay cosa peor que calcular mal la comida. Llegó el tercer día y nuestras provisiones eran casi nulas, nos tocó hacer un de todito con lo que quedaba en la nevera para poder recuperar la energía que nos faltó (o bueno, más a ellos que a mí) durante la tarde. Disfruten del no tan grave padecimiento ajeno, porque ya pasó a ser el chiste característico del viaje.
«¿Recuerdan cuando nos estábamos muriendo de hambre en Caparo por querer quedarnos un día más?»
Día 4: Ya, suficiente, ¡nos vamos!
Nos levantamos lo más temprano que pudimos, recogimos los corotos y a buscar cómo volver. No habían suficientes personas saliendo del pueblo como para conseguir una cola, así que fuimos a buscar un taxi que nos llevara hasta Abejales, allí desayunamos empanadas en el corto tiempo que teníamos antes de que partiera el bus hacia San Cristóbal, por poco y nos quedamos sin esa comida también, ¡hubiese sido terrible!
El viaje de regreso fue más calmado y apenas llegando al terminal todos salimos disparados del bus, sin mucho protocolo de despedida, casi corriendo hacia las busetas que nos llevarían a casa.
A pesar de haber pasado un par de penurias, es uno de mis viajes favoritos, en parte porque fue una de las ultimas veces que disfrute de mi casa en Caparo, a la cual espero poder volver algún día.
Moraleja: No importa el escenario, la comida es mejor que sobre a que falte.